Componentes de un Estado feliz

Llevamos unas semanas hablando de la necesidad de medir la felicidad de los habitantes de un Estado de manera fidedigna. Bien. Y eso, ¿cómo se hace?, preguntará alguno. Muy sencillo: teniendo en cuenta una serie de parámetros. ¿Cuáles? Los siguientes.

Hace unas semanas te hablamos de la Felicidad Nacional Bruta, un índice que tiene en cuenta diversos aspectos que, en conjunto, miden la felicidad de los habitantes de un país. En su momento, establecimos la analogía con el Producto Interior Bruto, que determina lo rico que es un país en relación a otros. 

Pero lo que está claro es que el PIB no tiene en cuenta elementos tan sencillos como la educación, la calidad de Gobierno de una nación o la vitalidad de la Comunidad. Más bien sólo refleja lo rico que es un país. Bien, pero ¿es feliz ese país?

Y es que, por muy rico que sea un Estado y mucho dinero que posean sus habitantes, no siempre tienen por qué ser felices. Sobre todo, si tenemos en cuenta que, en muchas ocasiones, la riqueza se concentra en pocas manos y no llega al resto de ciudadano. Así es difícil que se pueda hablar de felicidad.

De ahí que sea más fiable un concepto como es el de la Felicidad Nacional Bruta y los componentes que lo conforman. Porque lo que realmente hace feliz a los habitantes de un Estado es la calidad de la educación que reciben, cómo y de qué manera gestionan su tiempo, si disfrutan de una buena calidad medioambiental o el Gobierno que los Gobierno.

Detalles que revelan la felicidad de un Estado. Un buen Gobierno sin corrupción, que atiende las necesidades de sus habitantes y que tiene el bien común como fin será el fiel reflejo de un país que es feliz; al igual que la educación que se reciba, más si se trata de una educación que atiende todas las necesidades y tiene en cuenta las particularidades que existan dentro de un sistema; y no digamos la sanidad y la cultura que gocen los habitantes de dicho Estado. 

En definitiva, elementos que arrojan la verdadera escala de felicidad de un país y que refleja, de una manera real y fidedigna, su felicidad real. Nada que ver con la que se puede desprender de la fría estadística que supone el Producto Interior Bruto. Será muy bueno como reflejo de la economía del país, no lo dudamos, pero no mostrará la verdadera felicidad de un Estado. Si es que lo es.

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