Las cosas no valen por el tiempo que duran, sino por las huellas que dejan

Este proverbio árabe habla más de sentimientos que de longevidad de las cosas


¿Cuánto valen un beso, una caricia, una mirada? ¿Y una flor que te entrega una persona que te quiere? En el segundo caso, puede que unos días, pero el valor de la acción en sí puede llegar a ser eterno. Todo depende del tiempo que quede prendida en tu alma.

Hay proverbios que encierran en sí tanta inteligencia como sabiduría. Los hay de todo tipo: africanos, japoneses, árabes, hindúes… Y todos ellos resumen lo que llevaría decenas, cientos o miles de palabras para explicarlos en algunos casos. Como es el que te traigo hoy aquí.

Y es que es completamente cierto: las cosas no valen por el tiempo que duran, sino por las huellas que dejan. Y sólo tienes que pensar detenidamente para darte cuenta de la gran verdad que encierran aquellas palabras.

Lo que te preguntaba al principio: ¿cuánto puede durar esa flor que te regala la persona que más te ama y tú amas? Dos, tres días, cuatro a lo sumo antes de que se marchite. Sin embargo, dentro de ti, donde el amor tiene su hueco inamovible, posiblemente se trate de una acción destinada a durar por los siglos de los siglos, y no exagero ni un ápice.

Un beso, una mirada, una caricia, un poema. O, por qué no, hasta elementos materiales que llevan intrínseco amor, cariño, amistad. En este caso también hablamos de cosas que están hechas para dejar una huella aunque su valor económico sea asimismo elevado.

Porque, en definitiva, todo aquello que uno da o recibe tiene la fecha de caducidad que decida otorgarle la persona que lo reciba. Puede ser corta y el objeto/acción caer en el olvido, y puede ser tan eterna como el regusto que deje en quien los reciba.

Se trata de mirar las cosas con los ojos de lo que te aportan, de quién te las da o regala, de quién se acuerda de ti con ellas y que pueden valer más o menos. Porque de la huella ya te encargas tú.

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