¡Cómete el mundo desde ahora mismo!

La autoestima. Sí, esa que todos decimos tener al nivel del cielo pero que, por cualquier causa, un mal momento o un revés, se desparrama por los suelos y parece imposible levantar. Y siempre se puede. Sólo es cuestión de voluntad y de confianza en uno mismo. Y eso depende de ti. Y si quieres, puedes.

¿Recuerdas tu época joven? No está tan lejos como puedas creer. Ese momento en que todos nos creemos más fuertes que nadie y no tenemos miedo a nada; esa edad en la que no existen muros ni límites para nuestro ímpetu y, literalmente, nos comemos a quien haga falta u obstaculice nuestro caminar con tal de salirnos con la nuestra; esa época en la que todo parece tan fácil y sencillo y donde no hay lugar para los reveses. Y de haberlos —¿a que los hubo? Reconócelo—, se solventaban en cuestión de segundos, si acaso, o de días si requería más tiempo para su resolución.

Después crecemos, adoptamos otros roles, adquirimos nuevas responsabilidades, nuestra vida empieza a cambiar… Y también nuestra forma de mirarla, de afrontarla, de enfrentarnos a ella. La vida. Esa misma que todos queríamos comernos a los veinte, incluso a los treinta, a los cuarenta se revela como un enemigo más difícil de derrotar de lo que siempre pareció, que nos plantea retos, nos pone siempre a prueba y exige lo mejor de nosotros mismos. Que, por otra parte, es lo que siempre hizo. ¿O acaso no recordamos aquellas eternas noches de verano esperando que la chica o el chico que nos gustaba dijera que sí? Días y días a pico y pala esperando su decisión. Si era que sí dábamos unos saltos… Pero si era que no, el berrinche duraba unos días, a lo sumo, y como se suele decir, un clavo siempre sustituye a otro. Nada importaba. Nos creíamos fuertes. Nuestra autoestima estaba por las nubes.

¿Y si entonces lo estaba, ahora por qué no lo está? ¿Ha cambiado la vida… o acaso eres tú quien ha cambiado la manera de ver las cosas, la forma de encarar la vida? Si a los veinte te comías el mundo y nadie te paraba los pies, ¿por qué a los cuarenta o a los cincuenta tienes la autoestima por los suelos? Mírate al espejo. ¿Te reconoces? Si, los años no pasan en balde, pero la mirada está ahí, el brillo permanece. También la fuerza, el ímpetu, el deseo… No despegues la vista del espejo. Y piensa en todo aquello que te atenaza, que no te deja ser lo que eres, que te frena, que… Que esclaviza tu autoestima. Abre bien los ojos. ¿A que te reconoces? Ahora echa la vista atrás. Lo que eras, lo que eres. El que tuvo siempre retuvo. ¿Si quisieras podrías? ¿Y por qué no quieres entonces?

No es una frase hueca pues es muy cierta: si quieres, puedes. Toda tu vida lo hiciste. La autoestima, esa que siempre estuvo ahí, alta, debe regresar a su lugar, adonde estuvo. Y depende únicamente de ti, de convencerte, de mirarte al espejo y decir: “¡voy a comerme lo que me pongan por delante!”

Convéncete. Porque puedes.

Y necesitas más información o consejo sólo tienes que pedírnoslo ;)

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