Las palabras que usamos crean nuestro mundo optimista o pesimista

La neurociencia del lenguaje tiene una aplicación práctica en la manera en que nos procuramos bienestar 

El cómo decimos las cosas afecta a la persona con la que hablamos y puede repercutir en su estado de ánimo. Para no herir a nadie, basta con decir lo mismo pero formularlo de otra manera. El efecto será idéntico al pretendido, y además conseguiremos que la otra persona no se sienta agredida/ofendida por lo que le decimos.


En el instituto estudiábamos que las diferentes culturas tenían una estructura radicalmente distinta en el lenguaje que utilizaban. Esto, a su vez, exponía una concepción en ocasiones opuesta de la vida: maneras de hablar muy diferentes que sustentaban ideas muy distintas de la vida. Yo me pregunté entonces si utilizar diferentes lenguajes era una consecuencia de pensar de forma distinta, o era al contrario: quizá HABLAR DISTINTO HACÍA QUE PENSÁRAMOS DIFERENTE.

La neurociencia apoya ahora esta última idea: el tipo de lenguaje que utilizas, las palabras y el tono que escoges determinan cómo te sientes, por qué determina cómo piensas (a estas alturas ya sabemos que las emociones son consecuencia de los pensamientos).

Como ves, existen tres niveles: palabras, pensamientos elaborados con las palabras, y lenguaje no verbal que acompaña a lo que expresas. Todo eso crea un universo que puede ser agradable o desagradable para ti y para los demás.

Luis Castellanos ha examinó los encefalogramas de cientos de personas y ha podido comprobar que el 100% de las palabras positivas producen ALTA ACTIVACIÓN CEREBRAL. ¿Eso es bueno? Eso significa que las palabras no se las lleva el viento. Pero veamos cómo entender bien esto.

A escala de las palabras existe ya impacto. Cuando nosotros decimos “estás hoy radiante, pero…” producimos un cambio emocional en quien escucha. La inicial alegría que le provocamos queda inmediatamente saboteada con la palabra “pero”, que anuncia una idea contraria que desactiva la idea anterior. Definitivamente sería interesante desterrar los pero del lenguaje para sustituirlos por la palabra “y”. En un ejemplo práctico, decir “estás hoy radiante, pero te falta contagiarlo” denota reproche. Si cambiamos pero por y resulta un “estás hoy radiante, y te falta contagiarlo”. De esta manera no reprocha, y además incita a la acción.

A escala de las frases o ideas, no es lo mismo decirte a ti mismo “se me ha olvidado el ordenador, tengo que volver a casa. Soy un desastre, siempre igual” que decirte lo mismo pero con otro lenguaje que te ayude a mejorar", que “se me ha olvidado el ordenador, tengo que volver a casa. No me extraña nada porque he tenido que hacer muchas cosas esta mañana y, claro, esto podía pasar. Voy a poner un post it en la puerta para recordármelo los próximos días”. Esta manera de hablarte no es acusatoria, es comprensiva, y extrae una solución para evitar que eso vuelva a pasar en el futuro. Te ayuda, no te condena.

A escala de lenguaje no verbal, decir con un tono acusatorio “no te das cuenta de que has sido ofensiva” puede agredir a alguien. Si decimos lo mismo en un tono cariñoso, se convierte en una frase que ayuda a la toma de conciencia.

Lo que decimos impacta sobre nuestra felicidad y sobre la de los demás. Además, la manera en la que hablamos describe lo que vemos y puede repercutir positivamente en nuestra visión del mundo y en nuestro impacto sobre él.

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