Pesimistas: el quid de la cuestión

Hay niños que se crían en el pesimismo. A ti no te toca nada bueno, sino todo lo malo, etcétera. Esas cosas, esos tips que van calando en su pequeño ánimo para configurar una adultez pesimista, sin espacio para el optimismo. Y es que al pesimista se le reconoce. Y muy de lejos. Pero se puede curar.

Comencemos este artículo con una serie de frases que, seguramente, habrás oído a lo largo de tu vida y no en pocas ocasiones:

 · “Piensa mal y acertarás”.

· “Nunca me pasa nada bueno, sino todo lo contrario”.

· “Todo lo malo está hecho para otros, no para mí”.

¿A que te suenan? ¿Se te han escapado en alguna ocasión? Ríndete a la evidencia: tienes un poso negativo que te lastra. Y prefiero dejarlo ahí y no pensar que eres una persona totalmente negativa. Me niego a pensarlo, pero no a analizar este tipo de figura. La mar de interesante, sin duda alguna.

Porque el pesimismo se forja con lo peor de lo peor, se nutre de catástrofes, se viste de colores oscuros… Ése es el pesimista, una ser que vive en un reino de Mordor sin fin, que cree que todo lo que le ocurre es por su culpa, por su gran culpa, por su inmensa gran culpa; aquel que tiene asumido que, si todo puede empeorar, está claro que lo hará y que ha sido abandonado por la diosa fortuna, considerado un apostado por la suerte.

Y es esa persona que también es de la opinión de que, siendo así, estará más preparada para cuando vengan mal dadas —que vendrán—, una persona a la que la desgracia nunca le cogerá por sorpresa porque la esperaba desde siempre; una persona que tiene interiorizado el mantra de que no cae bien a nadie, que nació sin estrella, y eso le hace componer una cara de perro que asusta hasta al mismísimo Frankenstein.

Pero ¿tiene remedio el pesimista? ¡Claro que lo tiene! Y depende de él seguir cuesta abajo hacia la destrucción completa esperando llegar a la agonía completa, o bien levantarse, dar un golpe encima de la mesa y hacer lo posible por encontrar ese pasillo que le conduzca hacia un estado algo más claro y no tan negativo.

El primer paso consiste en darte cuenta de que, si tienes todos los signos descritos, eres una persona pesimista. Que es lo realmente difícil, como considera Martin Seligman. Y lo segundo, aprender a ser optimista. La fórmula es sencilla: si aprendiste a ser pesimista, ¿por qué no hacer lo mismo y convertirte en todo lo contrario?

Otra manera de hacer las cosas, de ver la vida, de imaginar. En definitiva, que te sientas en paz y exhibas satisfacción por la vida que llevas.

¿O te parece poco?

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